Nichos de Vida

La pintura de Consuelo Manrique ha oscilado entre dos tendencias. Por una parte es evidente la alusión que desde ella se hace a la abstracción, a la valoración de los elementos plásticos puros que jus­tifican la acción de pintar y la existencia de la pintura como un acto y una existencia autorreferida, condición que la vincula con una larga trayectoria que desde las vanguardias hasta el presente ha recorrido el arte del siglo XX. Pero por otra parte, en sus pinturas iniciales, tras elongadas y libres manchas casi monocromas, se insinuaba la presencia de un espacio con profundidad que hacía pensar en la existencia de un lugar y en la posibilidad de un recorrido, lo que dejaba ver que sus intenciones no se agotaban en la abstracción pura, hecho que lo confirma incluso el título de su primera serie llamada Recintos en la que se filtra una preocu­pación por los recintos urbanos caóticos que se orde­naban pictóricamente a través del manejo de la luz.

Posteriormente el grupo de pinturas que se pre­sentó con el nombre de Vestigios, daban cuenta de un deseo de utilizar el color, la materia y las formas para nombrar hechos que están más allá de la pintura misma. La inserción de ciertas texturas y palabras, así como la presencia de siluetas de animales, aves, se­millas y otros elementos de origen orgánico, obedece a una necesidad de nombrar el mundo natural y el torrente de vida que le es propio. En esta serie la pre­sencia de la ciudad es más contundente, aparecen mapas que se adhieren a la tela a través de una fina costura, en ellos se indican fechas y lugares exactos que tienen que ver con sucesos acaecidos como con­secuencia de la construcción de las redes viales de Bogotá y que de una u otra manera afectan las zonas húmedas existentes en dicha ciudad.

Estas intenciones se perpetúan en su serie más reciente titulada Nichos de Vida, etapa que implica una continuidad con el tema urbano, con su creciente y acelerado proceso de urbanización. En esta nueva etapa la ciudad se insinúa a través de fragmentos de textos de periódico en los que se alude al deterioro de estos exiguos lugares, estos fragmentos se impri­men sobre la materia pictórica y acompañan a los otros protagonistas de estas telas, pequeños insectos, t/'n- guas, o especies vegetales propias de los ecosistemas húmedos como las orquídeas que están en eminente peligro de extinción. Así mismo este nuevo grupo de pinturas, además de lo mencionado, implica un com­promiso con el lenguaje pictórico que ahora se revela aun más cargado de materia y cada vez más compro­metido con los problemas de color.

A lo largo de esta década que ya termina, Con­suelo Manrique ha insistido en las posibilidades que tiene el lenguaje pictórico para hablar del mundo a través de la imagen pintada. Ha venido trabajando con tenacidad, y de esta manera ha ¡do consolidando un lenguaje y un oficio, y lo hace porque cree en la ca­pacidad que tiene este medio para sugerir a través de capas de pintura la existencia de un universo en cons­tante mutación, y porque es posible que a través de ellas se asome un atisbo de conciencia que nos permita vis­lumbrar que en medio de la vida urbana persisten nichos de vida, espacios naturales en los que habitan seres vivos que es importante preservar.

 

 

 

 

 

María Margarita García

Periodista cultural

 

Texto revista de arte - 1998

 

La vida de Consuelo Manrique ha transcurrido en los cerros orientales de Bogotá, donde observa con aten­ción su entorno y se deja seducir por la flora y la fauna que a veces se pierde en el caos de la capital. Dialoga y se reconoce en el espacio que habita, rescata a través de un lenguaje abstracto y cargado de lirismo los hume­dales, descubre los escarabajos y las aves y expresa en ellos la vida misma.

Las aves, las flores, los grafismos se convierten en los símbolos de la ciudad. Incluso las letras del periódico que aparecen insinuadas en sus telas, las cartografías de los mapas que delimitan parte de sus trabajos están car­gadas de símbolos y de color.

Consuelo, mediante un equilibrio logrado por ejes cen­trales, a veces apoyados en la luz, a veces en la figura, logra expresar no sólo la vida sino la transformación de la naturaleza y del ser humano.

Con una mirada profunda ha dejado ver en sus trazos, su reciente actividad de maestra, sus lejanas influencias de autores importantes en la historia del arte a quienes terminó de descubrir hace una década en algunas clases a las que asistió en el Museo del Louvre.

De la mano de Picasso, de Rothko y de Bacon, ha cami­nado para llevar al espectador más allá de la forma y del color, con obras que están en el límite de la abstracción y la figuración. Sus trazos al óleo se mueven con ele­mentos puntuales, evocan lo cotidiano y van más allá del caos que el transeúnte observa diariamente.

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© Consuelo Manrique